La película sobre la crisis que todos deberían ver

De 23 de marzo de 2013enero 28th, 2021Tinta fresca
croods

¿’Margin call’? ¿’Inside job’? ¿’Too big to fail’? ¿’Up in the air’? ¿’Le capital’? Qué va, qué va. La película que deberían ver todos los que estén interesados en la crisis (sobre todo políticos, empresarios, trabajadores y sus correspondientes epígonos) se llama ‘The Croods’, es de dibujos animados y cuenta la historia de una familia de simpáticos cavernícolas.

‘The Croods’ no es, en puridad, una película sobre la crisis económica. No hay recortes ni objetivos de déficit ni primas de riesgo ni bancos ni hipotecas, aunque sí podemos ver un caso de desahucio de una cueva, cuando un terremoto desaloja sin orden judicial a los protagonistas. Algunas mentes calenturientas podrán incluso advertir una remota similitud entre cierta clase de banqueros y una bandada de pájaros carnivoros, que se abate sobre un mamut y se lo zampa en segundos.Pero al margen de esas coincidencias, la historia es una buena disección de cómo las crisis afectan a las organizaciones y a la forma de pensar de cada uno de sus miembros.

‘The Croods’ va de una familia de hombres primitivos que se han pasado la vida en una cueva para evitar la asechanzas que le rodean y que se ve obligada a emprender un largo viaje. El líder es Grug, el sobreprotector padre, un auténtico neandertal de arcos superciliares bien pronunciados y más bruto que un arao, pero buena gente al cabo. El contrapunto lo pone la rebelde Eep, una adolescente pelirroja que tiene piernas de luchador de grecorromana. Además de algunas secuencias de acción magníficas (la salida de la familia a desayunar es de lo mejor que he visto en cine en los últimos meses) lo que nos propone ‘The Croods’ es un combate entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que muere y lo que nace, entre el pasado y el futuro. El planteamiento, por supuesto, no es nuevo. Muchas otras películas y obras literarias se han ocupado de este tema. Pero ‘The Croods’ lo desarrolla con chispa y buen ritmo.

Una de las escenas más representativas de la película es cuando Eep vuelve de una de sus excursiones prohibidas y grita excitada:

– ¡He visto una cosa nueva!

-¿Una cosa nueva?, exclaman con horror el resto de los miembros de la familia, y todos se ponen en círculo en posición defensiva, cada uno pertrechado con un buen pedrusco.

La dura realidad del Jurásico Superior, cuando se separaron los continentes y se montó un buen cisco en la Tierra (aunque no parece que los humanos anduvieran por allí), obliga a los pobres cavernícolas, incluido el desconcertado Grug, a abrir sus mentes y despojarlas de prejuicios. Al cambio de ideas contribuye la inexplicada aparición de un jovenzuelo llamado Chico, un cromagnon que está mucho más evolucionado que sus nuevos amigos, lo cual no le impide enamorarse de la pizpireta Eep.  La cosa, por supuesto, acaba bien. Grugs se redime, todos abrazan el nuevo mundo y colorín colorado.

Que digo yo: ¿no habrá alguien en este país que se dé por aludido? Porque aquí no se están separando los continentes, pero poco le falta, y sin embargo no observo propósito de renovación ni espíritu de cambio en nuestros dirigentes. No es por señalar pero tenemos muchos Grugs en el Gobierno, en los ayuntamientos, en los partidos, en los sindicatos, en las patronales, en las empresas del Ibex, en los periódicos, en las editoriales, en los clubes de fútbol, entre los jueces… Gente cansina que lleva toda su vida haciendo lo mismo y que no se ha dado cuenta de que el mundo ha cambiado. Gente obtusa que tapona el progreso, que frena la innovación, que arquea las cejas cuando alguien se sale del carril. Y así nos va.

  «Las mentes son como los paracaídas; funcionan mejor cuando están abiertas» (Lord Thomas Dewar)

 

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