Batalla de Gallos / García Márquez versus Vargas Llosa, el último aliento

De 25 de marzo de 2024Tinta fresca

‘En agosto nos vemos’, de Gabriel García Márquez. Editorial Random House.

‘Le dedico mi silencio’, de Mario Vargas Llosa. Editorial Alfaguara. 

Son las últimas novelas de dos gigantes de la literatura hispanoamericana. Su aliento creativo final. En el caso de García Márquez es una obra póstuma, rescatada por sus familiares contra la voluntad del autor. La de Vargas Llosa es su última novela por decisión propia.

  • El contexto. Comparar a estos dos monstruos cuando sus últimas novelas coinciden en las librerías es una tentación irresistible. Pese a los casi diez años  de diferencia de edad, fueron muy amigos, compartieron ideas, experiencias personales  y vivencias literarias (Vargas Llosa escribió Historia de un deicidio, un lúcido ensayo sobre la obra de García Márquez), ambos fueron premiados con el Nobel, y finalmente las ideas políticas los separaron (García Márquez se quedó en el castrismo; Vargas Llosa viró hacia le neoliberalismo). ¿Algún ingrediente picante más? Sí, en 1976, en Ciudad de México, Vargas le dio un puñetazo a su queridísimo colega y le puso el ojo izquierdo a la funerala (no es leyenda, hay foto, está en Internet) por un conflicto, nunca bien aclarado, en relación con Patricia, la entonces mujer del peruano. Dicen que no volvieron a hablarse.
  • La historia. Vargas Llosa se despide de la novela con un homenaje a la música criolla peruana y el utópico objetivo de dar sentido a todo un país. El protagonista es Toño Azpilicueta, un intelectual de incierto prestigio que queda fascinado por la interpretación de un guitarrista desconocido y que a raíz de esa experiencia casi mística decide consagrar su vida a escribir un ensayo sobre el el folklore peruano (valses, huaynos, marineras, etc.) como vehículo de las señas de identidad del país. Es una novela de tesis (el autor inserta en las peripecias del  protagonista transcripciones del libro que  está escribiendo), lo cual resta fluidez al relato. Resultan interesantes, sin embargo, las reflexiones sobre la conquista española o la reivindicación de la huachafería, una especie de cursilería sofisticada que se practica en Perú, a la que dedica todo un excelente capítulo. La obra carece, en cualquier caso, de tensión narrativa. García Márquez cuenta la historia de Ana Magdalena Bach, una mujer guapa, madura y acomodada que como lo tiene todo busca lo que le falta y lo encuentra en un viaje ritual (siempre en  agosto, claro) al cementerio donde reposan los restos de su madre. La historia, enhebrada con las anuales infidelidades de la protagonista, no es redonda pero se nutre de una iconografía y un paisaje que son muy de García Márquez: el calor del trópico, las garzas azules, el transbordador, los gladiolos,  el abogado Aquiles. El final, con un giro misterioso, es también razonablemente gaboiano, aunque te deja con ganas de más, como media ración de jamón de bellota.
  • El lenguaje. La novela de García Márquez tiene algunas expresiones discutibles («criterios indemostrables», «tardó varios meses sin avanzar») y frases demasiado sentenciosas («la vida le había enseñado  que cuando una mujer dice su última palabra, todas las demás sobran»). Pero también surgen en su prosa, de vez en cuando, magníficas descripciones de personajes que no hubieran desentonado en cualquiera de sus obras maestras («le quedaban los ímpetus de gladiador, pero tenía la piel rocallosa, una papada renacentista y unas hebras de cabellos amarillentos erizados por la brisa del mar») y hallazgos conceptuales («ambos yacieron pendientes de los ruidos de sus almas»). La novela de Vargas Llosa está bien escrita, con excelente sentido de la frase corta, y su estructura es impecable. Pero no atrapa. Es difícil encontrar en ella algunas de las emociones o los chispazos de energía que sí aparecen en otras novelas suyas.
  • Los personajes. La caracterización de Toño Azpilicueta está bien trabajada. Es un personaje algo ridículo, una especie de quijote limeño que va por la vida dando lanzadas al aire y que acaba ensimismado en su propio e inevitable fracaso. La figura de Ana Magdalena Bach, al margen de las referencias históricas de su nombre (así se llamaba la segunda esposa del compositor alemán),  tiene contornos más imprecisos. No se entiende muy bien su repentina inclinación por la aventura sexual (ella, que llegó virgen al matrimonio), y la mezcla de sentimientos de culpa y humillación es también confusa, aunque todo ello no le resta atractivo.
  • La edición. Aquí no hay color. La novela de Vargas Llosa está pulimentada, perfectamente acabada. La de Gabo, en cambio, más parece un primer borrador que cualquier editor mínimamente profesional hubiera corregido sin piedad con comentarios en rojo sangre. Hay frases impropias de un premio Nobel, algunos saltos narrativos inexplicables, repeticiones,  contradicciones formales (un ‘sólo’ y un ‘solo’, con idéntico significado, en un misma frase)… Es posible que en el momento de escribir  las diferentes versiones de la novela las facultades de García Márquez estuvieran ya mermadas. Eso explicaría su deseo de destruirla. Sin embargo, la falta de diligencia (o exceso de respeto) en la edición final de la obra es incomprensible.
  • La portada. Las portadas de ambas novelas son realistas, obvias y sugerentes a la vez. La obra de Vargas Llosa está ilustrada con una pintura del colombiano Fernando Botero, con quien por cierto su paisano García Márquez no se llevaba nada bien. Representa, en su singular estilo, un conjunto de músicos con sus instrumentos. La de García Márquez está firmada por el ilustrador David de las Heras y es una bonita síntesis de la escena motriz de la novela: una mujer en un cementerio rodeado de un paisaje tropical. Me gustan las dos.
  • El precio. En agosto nos vemos cuesta en papel 18,90 euros; en Kindle, 8,54 euros, Le dedico mi silencio es algo más cara. Vale 19,22 euros y 10,44 euros, respectivamente. Pero si la medimos al peso, la obra de Vargas Llosa sale más a cuenta porque su novela es bastante más larga (312 páginas) que la de García Márquez (120 páginas, y eso contando prólogo y algunos añadidos curiosos, como los facsímiles con correcciones a mano del propio autor). En realidad, la obra de Gabo se ajusta más a los cánones de relato largo que a los de novela corta. Aunque habrá quien diga que la extensión de una obra es tan irrelevante como la ONU.
  • El veredicto final. Son dos obras imperfectas de dos genios de la literatura. Imperfección por imperfección, me quedo con la de García Márquez. Con todos sus defectos, su novela es más él.

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