Me acuerdo, Miguel Ángel

De 12 de agosto de 2024Tinta fresca
Miguel Ángel Belloso, un rebelde.

(Vaya por delante que este es un recuento de impresiones, quizás inexacto, de mis experiencias junto a Miguel Ángel Belloso, que falleció en Madrid hace unos días. La memoria, siempre traicionera, y el cariño que le tenía, inevitablemente deformante de la realidad, pueden desvirtuar los hechos que aquí se exponen. Avisados quedáis).

Me acuerdo, Miguel Ángel, de cuando te conocí. Debió ser en 1986. Entraste de becario en Expansión y enseguida empezaste a apuntar los rasgos que habrían de caracterizar tu carrera: desparpajo, vehemencia, inteligencia y amor por el periodismo. Todavía no aparecía entonces la buena pluma que el tiempo y la experiencia fueron cincelando hasta convertirte en un columnista luminoso. Fue una época irrepetible (éramos jóvenes, claro) y rica en experiencias informativas, con la entrada de España en la CE, la hegemonía del PSOE, la llegada de Aznar, las guerras empresariales y el descubrimiento del capitalismo popular. En ese fértil terreno informativo, brillaste con luz propia (te dieron el premio Joven y Brillante, no había otra) y rápidamente asumiste responsabilidades dentro del periódico.

Me acuerdo, por supuesto, de aquella exclusiva de 2002, cuando Expansión adelantó la fusión entre BBVA y Argentaria. Tú ya eras el director y aquella tarde de rumores y llamadas continuas murió tu abuela y te tuviste que marchar a Navarra, desde donde dirigiste las operaciones a golpe de teléfono. Merche Mora trajo la noticia, Iñigo Barrón la confirmó y tú tuviste el  coraje de confiar en tus redactores y decidir su publicación, pese a los fulminantes desmentidos oficiales. Además, tuviste la inteligencia de no advertir al entonces editor del diario de la  exclusiva que se estaba cociendo en la redacción. Intuías que él, bien conectado con los poderes fácticos bancarios, seguramente hubiera impedido su publicación. Al día siguiente, la exclusiva se confirmó en todos sus términos y nos dijiste creer que tu abuela había intercedido desde el cielo en nuestro favor.

Me acuerdo, Miguel Ángel, de aquel día fatídico del 11-S de 2001, cuando estábamos comiendo con Ramón Lavín, otro histórico de Expansión, en el Cuatro Estaciones de Madrid. Tuvimos que salir pitando para montar un operativo informativo especial que duró semanas, ante la indiferencia de algunos de los colegas de la prensa económica, que pensaban que el atentado era cosa de la sección de internacional. De allí salieron algunas de la mejores portadas de la historia de Expansión, con el apoyo imprescindible del diseñador José Juan Gámez.

Me acuerdo, Miguel Ángel, de lo mal que te acabaron tratando en Recoletos y en Unidad Editorial. En 2002, después de que Expansión alcanzara picos de venta de más de 120.000 ejemplares, hazaña jamás imaginada e irrepetible, te echaron como director del periódico, encubriendo la destitución con un vergonzoso «a petición propia». Tu particular forma de ser jugó seguramente en tu contra.  Te mandaron a Portugal a coordinar una publicación que teníamos allí. Me dijiste que te parecía una salida aceptable, pero yo pensé que era como si a un futbolista del Real Madrid, y de los buenos,  le mandan a a jugar al Castilla.

Cuando volviste te hicieron director de Actualidad Económica, la veterana revista del grupo. Allí dejaste tu impronta, pero la falta de recursos te llevó a potenciar el sesgo ideológico de la revista, que se erigió en bastión del liberalismo económico, en detrimento de la línea informativa. En 2019, Unidad Editorial te despidió, incómodos sus directivos con tu insobornable pureza de principios. Ni siquiera te agradecieron los servicios prestados con la indemnización que merecías después de 33 años de fidelidad a la empresa, a pesar de que me consta que tuviste importantes ofertas de la competencia. Aquel momento marcó un punto de inflexión en tu carrera. Sin ingresos fijos («no tengo un duro», solías decir), seguiste enarbolando con furia la bandera de tus ideas en tertulias y blogs. Vituperador infatigable de la izquierda como eras, coqueteaste con Vox y te dieron premios relacionados con tu activismo liberal, pero el  periodista imparable, el líder arrollador, el rastreador implacable de noticias que yo conocí ya se había apagado.  Al final, encontraste refugio  en OK Diario, donde en mayo de este año firmaste tus últimos artículos e informaciones.

Me acuerdo, Miguel Ángel, de cuando me llamaste hace no mucho, en 2017, para pedirme permiso para publicar en Marca, donde tenías contactos, una entrada de mi blog, que todavía anda circulando por ahí, sobre Guardiola y el independentismo. Aquel enlace tuvo mucho eco en el diario deportivo, con más de 600 comentarios publicados. Hasta los informativos de Antena 3 me mandaron un equipo para hacerme una entrevista. Días después, cuando comentamos el impacto de aquel post, me dijiste: «Bueno, parece que no he perdido el olfato periodístico».

Me acuerdo, Miguel Ángel, de lo generoso que eras. Siempre dispuesto a compartir información, siempre presto a ayudar y desprendido como no he conocido a nadie. En cierta ocasión mis padres vinieron a Madrid por San Isidro y te comenté de pasada que les hacía ilusión ir a Las Ventas a ver una corrida para la que no había billetes. Ni corto ni perezoso, cogiste un taxi (a ti lo del transporte público te daba urticaria), te plantaste en las inmediaciones de la plaza de toros o quizás por la zona del hotel Victoria, nunca lo supe, y pillaste en la reventa, a precio que imagino astronómico, dos entradas para mis padres. Nunca aceptaste que te las pagara; ni siquiera confesaste cuánto te habían costado. Al recordarlo se me asoman unas pocas lágrimas secas por la pena y la nostalgia.

Me acuerdo, también, Miguel Ángel, de Mercedes, tu mujer, la navarra más auténtica que he conocido. Fue ella la que allá por 1992 me invitó a su casa familiar en Pamplona con Fernando recién nacido y donde su madre me puso sobre la mesa a media mañana un bacalao ajoarriero al que no tuve más remedio que rendir honores. Fue ella la que me gestionó una de las entrevistas más interesantes de mi vida, la que le hice al escritor Salman Rushdie, rodeado de guardaespaldas, en Londres. Mercedes, la risueña, tu compañera, la aficionada del Barça que ponía a prueba tu madridismo congénito, murió en 2013, y no llegaste a recuperarte de su pérdida. Nunca te cuidaste, pero desde entonces hiciste todo lo posible por abreviar esa separación insoportable.

Se ha dicho de ti que eras un periodista de raza, un histórico del periodismo económico, un liberal de principios, una buena persona, un gentleman, un sibarita (siempre recordabas el dry martini que te tomaste en el Harry’s Bar de Via Veneto de Roma), un navarro obstinado, un conversador extraordinario… Todo verdad. Pero por encima de todo eso eras un rebelde, un iconoclasta inclasificable y entrañable. Hoy los que te queríamos sentimos la pena por haberte perdido. Espero que con el tiempo nos pese más el agradecimiento por haberte tenido.

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