«Usar un ‘powerpoint’ es como tener un fusil de asalto AK-47 encima de la mesa. Puedes hacer muchas cosas malas con él» (Peter Norvig)
En los últimos meses he tenido ocasión de asistir a bastantes intervenciones públicas en las que el conferenciante se ayudaba de diapositivas en ‘powerpoint’ para transmitir sus mensajes. Y la conclusión ha sido siempre la misma: ¡Horror!
¿Por qué somos tan malos en nuestras presentaciones? Bueno, tenemos algunas justificaciones a las que agarrarnos. A los españoles no nos enseñan a hablar en público. Mientras los chavales ingleses se hartan durante toda su vida académica de intervenir delante de otros, aquí subir al estrado era, y lo sigue siendo en gran medida, un acontecimiento raro, casi una muestra de desviación exhibicionista. Ese es un fallo de nuestro sistema educativo que nos persigue durante toda la vida profesional y que espero que el ministro Wert, que habla francamente bien, intente remediar. No todo va a a ser esforzarse por encontrar citas apócrifas de libros de Educación para la Ciudadanía.
Pero no estoy hablando exactamente del aprendizaje de hablar en público. La falta de práctica influye, pero a lo que me refiero es a esa especie de pereza infinita que se oculta detrás de muchas presentaciones en ‘powerpoint’. Autores reconocidos, profesores, catedráticos, médicos, economistas e intelectuales de prestigio nos obsequian a menudo con una tunda/tanda de diapositivas de contenido y formato absurdos.
La lista de errores es interminable. Textos mal presentados, cuerpos de letra ilegibles por diminutos, gráficos incomprensibles, sobrecarga de información, repetición monótona de mensajes, siglas indescifrables, desprecio a los recursos visuales, secuencia argumental ilógica, paso de diapositivas al galope… Aquello acaba convirtiéndose en un engrudo de ideas que ni el más entregado de los asistentes es capaz de asimilar.
La culpa no es del cha-cha-chá. Ni del ‘powerpoint’, por mucho que algunos intenten demonizarlo. La culpa es de los que lo utilizan a voleo, sin conocer mínimamente sus claves y registros, y de los que, para más inri, abusan de la audiencia que tienen delante.
La prueba de que el ‘powerpoint’ tiene su utilidad es que circulan por ahí pequeñas obras maestras fabricadas con tan controvertida herramienta. Aquí dejo dos de ellas, en homenaje de desagravio a todos aquellos que alguna vez han sufrido pesadillas tras asistir a una presentación. Están en inglés (ya se sabe, se entrenan desde pequeños) y nos cuentan dos historias de muerte muy instructivas: por qué el power point puede matar a la audiencia de aburrimiento (y como evitarlo) y por qué fumar es malo.