El debate de tres,cuatro y cinco

De 8 de diciembre de 2015enero 28th, 2021Tinta fresca

El debate de anoche en Antena 3 fue el mejor que recuerdo. Porque:

    • La puesta en escena fue elegante e informal al mismo tiempo. No se vio cartón-piedra.
    • Los conductores estuvieron impecables. Ana Pastor moderó su ansia interrogativa y aportó el tono justo de exigencia. Vicente Vallés ofició con aplomo y alguna repregunta pertinente.
    • El cruce de opiniones fue relativamente vivo. Claro que los candidatos recitaron muchos de sus mensajes, pero el debate no fue una sucesión de monólogos. Hubo interrupciones, duelos dialécticos y algún intercambio de disparos a cuatro.

Tres candidatos, cuatro participantes, cinco protagonistas

  • Pedro Sánchez. Quizás el menos afortunado de los cuatro. Se equivocó en la primera parte del debate al reaccionar con unas desconcertantes risitas a los argumentos de los demás. Su asesor, Óscar López, debió aleccionarle en el primero de los descansos publicitarios (luego se verían unas imágenes en las que le echaba claramente la bronca), porque después Sánchez corrigió el tiro y remontó. Lo pasó mal en el debate económico. No tuvo respuesta ante las acusaciones de Soraya de haber dejado a España al borde del precipicio. Tampoco pudo replicar, como hubiera sido de ley, que Zapatero ayudó a evitar el rescate, porque sabía que si utilizaba ese argumento Iglesias se lo hubiera comido crudo. Mucho mejor estuvo Sánchez cuando abordó los temas institucionales, como la reforma de la Constitución o la colaboración frente al terrorismo yihadista. Su mensaje: «El cambio soy yo».
  • Pablo Iglesias. Tuvo algún desliz (el referéndum de Andalucía, el hilarante waterhousewatchcoopers, la mención a Ocho apellidos catalanes como ejemplo de la España plural) pero sigue siendo bueno en la descripción y el diagnóstico de los problemas. Empitonó más de una vez a Pedro Sánchez con una actitud entre crítica, paternalista y condescendiente. Se trabajó bien a su público con apelaciones como la de que «este país no se merece un presidente como Aznar nunca más», pero apenas si le zurró a Soraya, como si no fuera de su nivel. Cerró su intervención con una invitación a la sonrisa, aunque a él lo de sonreír no se la da bien: cuando lo intenta le sale una mueca. Su mensaje: «La izquierda soy yo».
  • Albert Rivera. El más nervioso de todos. El primer plano general de los cuatro delató su ansiedad. Decepcionó un poco las expectativas previas. Sin embargo, hilvanó algunos buenos argumentos en materia económica y jugó con habilidad a repartir apoyos entre unos y otros para resaltar su centralidad en el espacio político y por tanto su capacidad para forjar alianzas a uno y otro lado de su abanico ideológico. Dejó claro que va a por todas y que quiere ser presidente, no palmero. Su mensaje: «El imprescindible soy yo».
  • Soraya Sáenz de Santamaría. Salió airosa. Le sobraron algunos latiguillos (ese «En primer lugar…») y sus explicaciones sobre la ausencia de Rajoy sonaron huecas, pero se atuvo a sus mensajes centrales («hablar es fácil, gobernar es muy difícil», «me hubiera gustado ver a algunos hace cuatro años») y cumplió con eficacia su función de papel secante. Lo pasó mal cuando le atizaron con el tema de la corrupción, pero no se puso roja porque ella no está en el círculo de los malditos de Bárcenas ni tampoco pinta mucho en el partido. Su mensaje: «La estabilidad es Él»
  • Mariano Rajoy. Su fantasma sobrevoló durante todo el debate. Difícilmente lo hubiera hecho mejor que Soraya. En caso de haber comparecido, los otros candidatos hubieran tenido un blanco fácil al que disparar, sobre todo en el tema de la corrupción. Desde ese punto de vista, la decisión de no ir puede considerarse acertada. Sin embargo, su ausencia puede interpretarse como un acto de suficiencia, de dejación de responsabilidades o de un tacticismo mal entendido, o de las tres cosas a la vez. Mucho tendrá que esforzarse en la campaña para limpiar esa imagen peyorativa. Su mensaje: «Yo soy yo».

El posdebate

En el posterior debate televisivo de los segundos espadas, llamó mucho la atención la saña con que Óscar López , el representante del PSOE, se empleó contra Íñigo Errejón, el lugarteniente de Pablo Iglesias, que se vengó de él acusando a uno de los analistas de la mesa, Luis Arroyo, de estar a sueldo del PSOE. El representante de Ciudadanos, Fernando de Páramo, también se las tuvo tiesas con Errejón a propósito de qué partido está perdiendo fuelle en la campaña. La prometedora, o eso dicen, Andrea Levy, del PP, fue la más floja y apenas abrió la boca para decir cuatro obviedades.

La propuesta estética

Sánchez y Rivera se parecieron en todo: altos, apuestos, traje oscuro, camisa blanca, corbata roja. La estética vieja y nueva fue indistinguible. Iglesias marcó distancias respecto a los demás con su look juvenil habitual, aunque chirría un poco esa camisa de Carrefour metida con calzador por dentro de los vaqueros. Soraya compareció con un atuendo un poco extraño, vistiendo una chaqueta gruesa abotonada que parecía de terciopelo. No le beneficia ser tan bajita, pero tampoco está en edad de lucir una imagen merkeliana.

El corolario

El nuevo atlas de la política española es mucho más divertido.

 

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