ESG, deporte de riesgo

De 10 de junio de 2022Sin categoría, Tinta fresca

La política de sostenibilidad no es una moda en los negocios; es el modo de hacerlos. Los criterios ESG (las siglas en inglés de medioambiental, social y de gobernanza) han dejado de ser jerga para iniciados y forman parte ya del vocabulario de la estrategia empresarial. Da igual que los directivos de una empresa estén más o menos convencidos de su filosofía, porque reguladores, supervisores, inversores, empleados y clientes la reclaman. Los beneficios potenciales son múltiples (mitigar los problemas financieros y reputacionales, captar inversores, atraer y retener talento, generar nuevas oportunidades de negocio…) y la sensación de urgencia, sobre todo por el cambio climático, es máxima. No hay opción a decir no.

De lo que se habla menos es de los riesgos que conlleva la política de sostenibilidad. Hasta ahora, el riesgo era ignorarla. Las empresas más obtusas desdeñaban el cambio climático, despachaban los proyectos sociales como un asunto menor y consideraban que no había más rectos principios de la buena gobernanza que los suyos. Pero de esas ya casi no quedan. Quien más y quien menos se ha puesto las pilas. Quien más y quien menos ha hojeado los informes climáticos de la ONU, tiene en la cabeza las regulaciones de la Comisión Europea o de la SEC de Estados Unidos, y empieza a manejar expresiones hasta hace bien poco insólitas, como esclavitud moderna, inversión neta cero o prácticas fiscales responsables.

Podemos decir por tanto que una mayoría de las grandes empresas se han tomado en serio la necesidad de responder a las expectativas de todos los grupos de interés (no solo de sus accionistas) y de mirar por el largo plazo. Es cierto que la situación de los mercados energéticos y de la guerra de Ucrania ha introducido algunas variables que distorsionan la necesidad de avanzar en esa dirección (el uso del gas y el petróleo o la inversión en armas son ahora males menores) pero la tendencia a asumir los principios ESG es clara.

Nuevas incertidumbres

Superado, mal que bien, el riesgo de ignorar la política de sostenibilidad, nuevas incertidumbres se ciernen sobre la gestión empresarial. No basta con creérselo. La implementación está llena de riesgos y desafíos.  Hay que integrar los principios ESG en toda la estructura de la organización (prohibidos los silos), fijar indicadores permanentes (no vale mover los postes de la portería), comprometerse de forma creíble con los requerimientos y las recomendaciones, acertar con la política de comunicación y, además, rendir cuentas de objetivos y propósitos, incluso cuando no se han cumplido. El mercado exige también, cada vez más, someter los resultados a la calificación de las agencias de rating sostenible. Un examen tanto más aventurado cuanto los criterios por los que se guían son dispares.

Los riesgos de hacerlo mal son muchos.

Un ejemplo de mala práctica, y seguramente el riesgo cardinal, es el llamado greenwashing. En español, lavado verde. En traducción libre, ecoblanqueo o ecopostureo. O, como se decía antes, tirarse el pisto. En los tiempos pretéritos de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), este era un ejercicio más o menos tolerado. Ya no.

Lo saben bien los directivos de Deutsche Bank y de su gestora filial DWS, a los que no se les ocurrió otra cosa que presumir de que una gran parte de su cartera de fondos cumplía los criterios ESG. Como no era verdad, la policía alemana llamó a su puerta, por un supuesto intento de engañar a los inversores. Nestlé tiene un denso currículum de denuncias de greenwashing por parte de organizaciones ecologistas. La gasista australiana Santos también se las está teniendo tiesas ante los tribunales por jactarse en su informe anual de suministrar energía limpia y prometer objetivos de descarbonización no creíbles.

Y el caso más renombrado es el del dieselgate de Volkswagen, que falsificó las cifras de las emisiones de muchos de sus vehículos. Son ejemplos que prueban que el greenwashing está en la diana de las autoridades y tiene graves repercusiones potenciales para la reputación de la marca.

Es así como el cumplimiento de los criterios ESG se ha convertido en un deporte de riesgo. La mala noticia para las empresas es que no hay manera de escaquearse. La buena, que con un buen entrenamiento es posible mitigar el peligro de accidente.

 

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