El debate televisado entre Rajoy y Rubalcaba, que acaba de terminar, ha estado más animado de lo que cabía esperar. Estas son algunas de las conclusiones que se pueden extraer desde el punto de vista de la comunicación:
1) El debate ha estado a buena altura. Los dos han comunicado bien. Rubalcaba, punzante; Rajoy, tranquilo y socarrón. Como son ellos, en realidad. La televisión, tan intimidante, no ha cambiado su forma de proyectarse hacia el gran público, y eso es mérito de los dos candidatos.
2) Pese a todo, ambos han cometido algunos errores de bulto.
3) Rubalcaba se ha equivocado al tratar a Rajoy, de forma inconsciente, como un seguro ganador de las elecciones. Durante la primera parte del debate, la dedicada a la crisis económica, lo ha dado por hecho en numerosas ocasiones del tipo «usted va a recortar la cobertura de desempleo, estoy seguro». Tras el descanso del debate, y seguramente por indicación de sus asesores, Rubalcaba ha rectificado y cuando ha hecho mención a la agenda oculta de Rajoy ha añadido «en el caso de que gane las elecciones». Pero durante casi la mitad del debate el candidato socialista se ha quedado instalado en el complejo de inferioridad del que se sabe perdedor.
4) Rajoy se ha equivocado al leer, con mal dismulado disimulo, una buena parte de su intervenciones. Ese aferrarse a lo escrito de antemano revela un temor mayúsculo a cometer algún error catastrófico, lo que finalmente no se ha producido. Pero ese ir y venir de ojos para refugiarse en el papel impreso le ha quitado fuerza a su discurso, especialmente en la intervención final, cuando ha soltado un «España no se rinde nunca» que ha quedado algo forzado. En las réplicas y contrarrréplicas, en cambio, Rajoy ha exhibido una buena esgrima dialéctica. Ha estado bien cuando ha reconocido no ser un experto en economía, pero sí en sentido común o cuando ha contestado a una interrupción de Rubalcaba con un «no se ponga nervioso, no le va tan mal el debate».
5) Rubalcaba ha conseguido su objetivo de sacar a la luz las ambigüedades y silencios del programa electoral del PP, e incluso ha sembrado la duda sobre el conocimiento de Rajoy del mismo. Sin embargo, en algunos momentos de su acoso a Rajoy ha dejado entrever algunos signos de ansiedad. Y parpadea demasiado, lo cual delata un estado de agitación interno que no se compadece con su soltura verbal.
6) Rajoy también ha conseguido transmitir tranquilidad, pero su peculiar movimiento de ojos ha traicionado a veces esa aparente serenidad de ánimo.
7) El final ha quedado elegante y fresco. La comunión de ideas sobre la fase final de ETA ha contrastado con los navajazos sobre la política antiterrorista de anteriores debates televisados. También me ha parecido natural el diálogo sobre la política de seguridad. En un momento dado, cuando el clima estaba ya muy relajado y todos teníamos ganas de apagar la tele, Rubalcaba ha mencionado que en 2002, siendo Rajoy ministro de Interior, se alcanzó el pico de criminalidad en la década. Rajoy: «Vaya, eso es un estacazo». Rubalcaba: «Bueno, pequeñito». Rajoy: «Sí, pero al que le duele es a mí».
8) El escenario ha sido demasiado frío, y la conducción protocolaria, casi estatuesca, de Manuel Campo Vidal ha restado naturalidad al encuentro. En esta ocasión, los protagonistas han estado por encima del marco del debate.