Las cosas que no suelen decirse de los emails corporativos

De 15 de mayo de 2011enero 28th, 2021Tinta fresca
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“Hay una duda que me corroe. Si no podemos recibir emails en la tumba, ¿cómo sobreviviremos?” (Autor desconocido)

El correo electrónico se ha convertido en unos pocos años en la herramienta más potente de comunicación en y entre las empresas. Su uso se ha multiplicado de forma extraordinaria, y ya nadie se molesta siquiera en contar (es un decir) cuantos email se envían en todo el mundo. La última estimación que vi data de 2010, y se calcula que en ese año se enviaron 2,8 millones de correos electrónicos por segundo en todo el mundo. Se crean o no la apabullante cifra (es verdad que en buena parte debida al ‘spam’ o correo basura), lo que no necesita prueba es la masiva utilización del email.

El éxito del correo electrónico ha provocado el nacimiento de una floreciente industria a su alrededor, y no hablo sólo de los fabricantes de software o las operadoras de telecomunicaciones. A la sombra de ese éxito fulgurante (no hay muchos precedentes de un caso similar de implantación rápida y masiva) han surgido numerosas empresas que se dedican a asesorar sobre la mejor manera de utilizar el correo electrónico en su diferentes vertientes (como herramienta de márketing, de comunicación interna y externa, de comunicación personal) y elementos (tono, contenido, extensión, peso, títulos, estadísticas, fecha de envío, fórmulas de cortesía, etc).

También abundan los manuales para evitar errores que, se suele decir, pueden llegar a arruinar la carrera profesional de más de uno. Aquí hay una lista de 101 recomendaciones en inglés que pueden ser útiles para no entrar en situación de pánico antes de pulsar la peligrosa tecla de enviar o simplemente para superar un episodio de insomnio agudo.

Exageraciones aparte, lo cierto es que el correo electrónico ha cambiado radicalmente la forma de interactuar en el mundo de la empresa, al haber reemplazado en buena parte a la comunicación verbal (telefónica y personal). Y su uso indiscriminado plantea algunos riesgos que no se suelen mencionar en las guías de supervivencia de Internet y de los que no solemos ser conscientes. Veamos algunos:

  • La dependencia. El email produce adicción. Muchas personas no saben vivir sin él, o simplemente creen que consultarlo a cada momento es una obligación consustancial a su trabajo. Los avances tecnológicos (como los teléfonos inteligentes) han propagado esa adicción hasta el último confín de la vida personal.
  • La falsa seguridad. Vivimos de la ilusión de que los emails se leen. No es verdad. Muchos no se leen. En realidad, es imposible que se lean. Como redactor jefe de un diario de información nacional, yo recibía diariamente un promedio de 170 emails, cuando los expertos dicen que más de 50 no se pueden gestionar adecuadamente. Leer, lo que se dice leer, leía 35-40. Y solo atendía realmente 20-25. El resto los ignoraba basándome en criterios a veces peregrinos de procedencia y contenido, o simplemente por instinto. Suponiendo que todo el mundo hace lo mismo, y no creo que sea una hipótesis descabellada, debemos pensar que una parte importante de los mensajes que se envían no llegan a ser leídos por el destinatario.
  • La paradoja de la productividad. El email es un catalizador para mejorar el rendimiento, pero al mismo tiempo es el mayor asesino de la productividad que se conoce, sólo después del sexo en Internet. Se ha comprobado que estar leyendo constantemente el correo electrónico (el avisador acústico de que ha llegado un mensaje es una tentación irresistible para la mayoría de los profesionales) distrae la mente, ya de por sí perturbada por la adicción a la multitarea, reduce su capacidad operativa y retarda el cumplimiento de las obligaciones laborales.
  • La eternidad. Los email son como los residuos nucleares: pueden durar millones de años y nadie sabe qué hacer con ellos. Cuando se envía un email no hay manera de saber adónde irá a parar, en que servidor terminará o quien y cómo hará uso de él.
  • La carestía. Para el que envía los mensajes, el correo electrónico es gratis, o casi. Pero el que los recibe necesita invertir mucho tiempo en mantener su bandeja de entrada limpia como el jaspe, y eso tiene un alto precio. El email sale caro.


Post Scriptum. ¿Sobrevivirá el correo electrónico a su propio éxito? ¿O dentro de diez años hablaremos de él como hoy hablamos de los telegramas? ¿Se inventará una forma de comunicarse más fiable e igual de sencilla? Mi respuesta es no, sí, sí, aunque hay ciertas posibilidades de que sea sí, no, no, siempre y cuando en los garajes de Silicon Valley a alguien se le ocurra algo para resolver los riesgos inherentes a su abusiva utilización. ¿Qué opinan ustedes?

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